domingo, 10 de enero de 2010

Le miró. Veía como movía los labios, estaba gritándola pero no le escuchaba; le oía como un runrún continúo que no cesaba pero no se molestaba en parar a comprender lo que decía. Gesticulaba violentamente con las manos, haciendo ademanes de pegar a las cosas: a la mesa, tirar la taza de café al suelo, pegarla a ella… debía ponerle histérico que ella no hubiera abierto la boca en el cuarto de hora que llevaba haciendo aquel monólogo a gritos, porque se quedaba callado un instante y volvía al ataque. De repente ella puso la mano estirada en señal de stop, ante lo cual él se calló sorprendido y dijo:
-¿Sabes? Eres una aceituna con hueso.
Se levanto, recogió su bolso, se puso el abrigo, y ante la atónita mirada de él, se fue.

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